Introducción de libro inédito del autor. Filosofía y cine. En busca de la Felicidad. Benjamín Santos, España. 2014

En el año 2014, el autor Benji Santos Celemín escribió el libro inédito: «Filosofía y cine. En busca de la Felicidad. Causalidad y casualidad en lo encontrado en el cine. Análisis de la belleza y estética de estos momentos cinematográficos».

El manuscrito que consta de aproximadamente 184 páginas fue registrado en sus derechos de autor con la calificación de favorable por su originalidad (origen del autor). El manuscrito se mantiene inédito aunque fue también calificado con Matrícula de Honor en un postgrado universitario en cine, aunque el autor siempre ha querido mejorarlo. Actualmente este manuscrito se mantendrá inédito así como otros manuscritos con conocimientos del autor. El título fue recomendado revisarlo y cambiarlo como «La búsqueda del fuego» en vez de «En busca de la Felicidad» por autores de obras literarias.

En la contraportada del libro podemos encontrar el siguiente manuscrito:

«En busca de la Felicidad» narra el apasionante viaje de los personajes y su encuentro en el interesante mundo cinematográfico, así como las posibilidades interpretativas del espectador. Se trata de un libro de lectura amena con el que podrás aprender los aspectos básicos del proceso creativo de cualquier audiovisual, indagar en planteamientos de la estética y belleza de diferentes películas y conocer aspectos básicos de la historia del cine.

El texto plantea una introducción de un nuevo modelo de análisis que te ayudará a construir los personajes de tus guiones, de forma que sus acciones y diálogos tengan mayor coherencia en el conjunto de la materialización de tus proyectos cinematográficos.

Hoy, cada vez más, resulta imprescindible saber decodificar los códigos que encontramos en las películas y contenidos audiovisuales que vemos. En este libro encontrarás las claves para poder disfrutar del cine, a la vez que aprendes con las grandes ficciones y realidades del mundo que nos rodea.

En esta ocasión me gustaría compartir con todos vosotros y en favor de la comunidad la introducción original del libro que se describe anteriormente.

Introducción del libro: (Páginas de la 4 a la 8) (Autor: Benjamín Santos Sáez, España. 2014)

¿Quién no ha encontrado algo alguna vez? ¿Quién no se ha reencontrado con alguien
que hacía tiempo no veía?. ¿Cuánta ha sido nuestra sorpresa al ser incrédulos ante
unos encuentros casuales que han desembocado en una experiencia hermosa?. Y,
¿Cuántas veces anhelamos el encuentro ante la búsqueda de aquello que pensamos
nos haría felices?. ¿Cuánto de mágico tiene el momento del encuentro?. Quizás
incuantificable y subjetivo, dependiente de la conciencia o interés de cada individuo.

Hace unos días, yo también encontré por casualidad una pequeña figura del personaje
de ficción «Batman». La figura estaba tirada en el suelo al borde de la acera, apenas se
distinguía de qué se trataba, pues estaba anocheciendo, pero me acerqué y observé
con detalle, pues a lo lejos parecía un trozo de plástico indefinido, y concreté que se
trataba de una figura comercial de este personaje famoso en el cómic y en el cine.
Recordé los diferentes fragmentos que quedan en mi memoria de las películas de
Batman y que en su regreso al cine había encarnado a un personaje más frágil, y más
humanizado alejado de la idea de la inmortalidad. Sus brazos estaban rotos. Y
reflexioné acerca de cómo se recogen las cosas encontradas.

A partir de ese momento tenía claro que mi trabajo versaría acerca del hecho del
encuentro y dejé que la casualidad fuera construyendo, enlazada al hecho de que
llevaba días buscando ideas y temas a tratar sin estar plenamente convencido de
dedicar mi estudio a ninguno de ellos. Buscaba pero no encontraba.

Después de muchas dilucidaciones llegué a una conclusión llena de motivación para
mi, y es que las películas, así como otros documentos audiovisuales están llenos de
momentos de encuentros, encuentros a veces causales y otros fruto de la mera
casualidad. Encuentros a veces nostálgicos, a veces importantes y capaces de
cambiar un destino, a veces desapercibidos y desaprovechados, capaces de
convencernos o de cambiar nuestra forma de pensar. Otras veces encuentros
improbables y totalmente inesperados. Reencuentros. («Un carnet de bal» (1937), de
Julien Duvivier)
, («Mi noche con Maud» (1969), de Eric Rohmer). En las menos
ocasiones desencuentros. Encuentros que de una forma u otra dependen de quiénes
los vivan y sus circunstancias, y la capacidad de valorarlos, para hacer que ese hecho
tome la importancia debida. Encuentros que nunca llegan.

Podríamos plantearnos infinitas posibilidades de encuentros, encuentros con objetos,
con elementos, con ideas, con personas, con animales, con hechos…, descubrimientos, encuentros con el pasado («Ciudadano Kane» (1941), de Orson Welles), o con el presente y futuro, encuentros con la dura realidad, o con la increíble ficción.

Es en el cine donde la magia del encuentro se puede multiplicar de forma
progresiva, pues la capacidad de encontrar es tan abstracta que podríamos traspasar
las fronteras de la realidad encontrándonos con seres de otros mundos; («La guerra de
los mundos» (1953), de Byron Haskin)
, de realidades paralelas e incluso con nosotros
mismos, donde la imaginación y la capacidad de soñar y el arte de ensoñar podría
acrecentar aún más las posibilidades de estos encuentros por estudiar.

La imagen del encuentro podría tener una plasticidad única y sublime en el intrincado
lenguaje audiovisual. Cada director o artista se enfrenta a dominar el lenguaje de la
representación con el objeto de comunicar a través de la sencillez o su antagonista
grandiosidad («Lola Montes», (1955), de Max Ophüls). Figuras contradictorias en el
grandioso universo del destino, pues a veces las pequeñas cosas podrían tener latente
un universo enriquecedor que depende de los ojos de quien sepa ver. Sin dejar de
lado el color gris intermedio del que no podemos prescindir.

El proceso de producción de una película implica que el lenguaje de su representación
plástica no dependa de una sola persona, sino que todos sabemos que detrás de una
película por modesta que sea se esconde un gran esfuerzo y la colaboración de
múltiples personas provenientes de varias disciplinas artísticas y la aplicación de
profundos conocimientos y actualización tecnológica.

Cada momento de la película debe estar minuciosamente medido («El Verdugo»
(1963), de Luis García Berlanga)
, para que el espectador de todo tipo quede atraído
por este, aunque son muchas las soluciones plásticas y de forma que se pueden dar a
un mismo guión literario en caso de que este exista. Dentro del campo de la
investigación plástica, en el género documental y cada vez más en el género de ficción
se da pie a la improvisación ciñéndonos únicamente a un argumento o ideas iniciales,
respetando una estructura que podría ser variada en el proceso de montaje (ciertas
producciones del director portugués Pedro Costa y otros autores singulares o incluso
desconocidos) . Cuestión que todos sabemos se aleja al proceso de producción de un
producto perteneciente al arquetipo de género como herramienta para el éxito de las
producciones cinematográficas de lo llamado industria. («La fiera de mi niña» (1938),
de Howard Hawks).

El tiempo cinematográfico es medido por la percepción del artista, y las decisiones
técnicas responden a gustos, de hecho nada está escrito hoy en el cine y son muchos
los ejemplos de corrientes o movimientos que han dejado huella en la historia del cine
creciente, y líquida tal como se entiende hoy en día por autores y estudiosos como
Joan Fontcuberta i Villá, de los cuales extrapolo conceptos de la fotografía
evanescente.

El truco depende del autor o autores, y de su habilidad para no desvelar el gran
secreto de la mentira que es cualquier imagen, pues desde su concepción en el mero
registro es una selección de la realidad que observamos.

Las medidas al igual que un costurero toma las medidas a su modelo, deben ser bien
tomadas para que sienten bien, de tal manera que cualquier mujer u hombre se sienta
cómodo vistiendo la prenda en cuestión. Así cada autor tendrá siempre sus
admiradores, que estarán gustosos de ver sus próximas producciones.

Son esos momentos, los del encuentro, los que consideramos, deben tener aún más,
una sensibilidad especial en su concepción, atendiendo a dos direcciones esenciales,
la de los ojos que miran (público u espectador), y la del personaje que está dentro de
la historia.
Con respecto al observador deberíamos destacar:


1) El encuentro inicial del espectador con los protagonistas del relato, que puede
marcar que este entienda y empatice con el personaje desde un primer momento, y
que otras vayamos descubriendo y conociendo a los personajes en el transcurso de la
narración fílmica y nos situemos empáticamente ante él.
2) El encuentro con cuestiones narrativas esenciales del guión final que nos
sorprenden y nos desvelan parte de la trama que vamos descubriendo.
3) El encuentro con la resolución final del relato fílmico, que puede incitar o no a la
reflexión dependiendo de diversas variables del espectador y de lo acontecido.
4) El encuentro con la/s solución/es plásticas diversas materializadas en el
transcurso de la línea de tiempo. ( Secuencias oníricas de la película «Recuerda»
(Spellbound, 1945), de Alfred Hitchcock).

Y con respecto al personaje de la película (en caso de que exista):
1) El encuentro con lo sucedido en el transcurso de la narración fílmica.
2) El encuentro con objetos o elementos de diverso tipo.
3) El encuentro con otros personajes o animales.
4) El encuentro del personaje consigo mismo.

La idea del encuentro está presente en todas las películas, pues hasta en el film más
inverosímil y artístico, como pueden ser las imágenes o piezas de autores como
Norman McLaren (Spheres, 1969), o Viking Eggeling (Shimphonie Diagonal, 1924),
nos remiten al encuentro con una solución plástica que nos evoca unas sensaciones y
sentimientos.

Spheres de Norman McLaren, 1969

Ante todos los encuentros que presenciamos, dirigidos en las dos líneas de análisis,
podemos percibir la causalidad y en su defecto la casualidad, o quizás una
mezcolanza de los dos conceptos.

Como contemplamos, son cientos los ejemplos posibles, y nos planteamos si es
posible la historia en el que el personaje no tenga contacto con la idea del encuentro o
permanezca distante de ella.

En la película «En busca del Fuego» (1981), de Jean Jacques Annaud, los personajes,
humanos primitivos del Paleolítico Superior, encuentran constantemente cosas, como
palos o piedras, o elementos, que les sirven para defenderse o como ayuda para
conseguir alimento. El descubrimiento del fuego durante el film es un hecho esencial
que da nombre al mismo, y despierta en estos seres el instinto de protección ante lo
desconocido, suscitando a su vez curiosidad ante el encuentro, contemplación ante su
belleza, su fuerza, su color, y peligrosidad de la que poco a poco estos hombres van
siendo conscientes.

El argumento de «El Chico» (1921), de Charles Chaplin ronda acerca de la idea
principal de que Charlot encuentra a un niño abandonado en una cesta con una nota
de su madre. Similar anécdota podemos contemplar en la película japonesa de
animación «Tokio Godfathers» (2003), de Satoshi Kon, en la que tres vagabundos,
entre los que están una fugitiva, un alcohólico y una transexual y antigua drag queen,
encuentran a un niño abandonado, siendo esta idea materializada de diferente forma
plástica, la que da vida y sobre la que se circunscribe el relato.

En «El Crepúsculo de los Dioses» (1950) de Billy Wilder, un guionista se refugia
casualmente en una mansión, propiedad de la olvidada actriz Norma Desmond, lo que
desenvuelve una serie de acontecimientos que hacen el intento de que esta intente
reavivar su pasado como estrella de la pantalla.

Tráiler de «El Crespúsculo de los Dioses»

Podemos encontrarnos con encuentros más cercanos geográficamente como el de
«Un Millón en la Basura» (1967), de José María Forqué, en el que Pepe, un humilde
barrendero y padre de familia encuentra un maletín que contiene en su interior un
millón de pesetas. Argumento que despierta en el espectador la empatía con los
personajes que se cuestionan toda una reflexión ética acerca de devolver ese dinero a
las autoridades para encontrar a su dueño, o quedarse con él para poder sobrevivir a
las penurias económicas.

También, en la comedia más conocida de la actriz Lina Morgan, «La Tonta del Bote»
(1970), de Juan de Orduña
, la protagonista Susana, busca, encuentra, y recoge
colillas del suelo, para guardarlas en una lata y así ayudar a su amigo ciego.

Momento musical de la película «La tonta del bote» con Lina Morgan

Momentos enternecedores que forman parte del inconsciente colectivo, y que son un
momento curioso y bello de la película, que incita a la reflexión, da a conocer
características del personaje y su psicología, y supone una variable característica
destacada en la banda sonora del film, obra de Alfonso Sáinz. El recuerdo de este
hecho permanece en el recuerdo del espectador pasado el tiempo.

En «Arrebato» (1980), de Iván Zulueta, José recibe un misterioso paquete.
«El ladrón de bicicletas» (1948), de Vittorio de Sica, es otro claro ejemplo. En este
caso, el objeto «del deseo» (bicicleta), es encontrado por el ladrón apoyado en un
muro, quien observa sigilosamente hasta que encuentra el momento idóneo de
arramplar con él. Al mismo tiempo, su dueño trabaja pegando carteles justo al lado,
percatándose y no pudiendo alcanzar al artífice del robo.
Como hemos comentado, son muchas las películas que podrían ser objeto de estudio
en el encuentro causal o casual. Ambos momentos pueden contener sublime belleza.
La diferencia se encuentra en la forma argumental del hecho. La casualidad podría
plantearnos un verdadero acertijo. La causalidad responde a un mera lógica no
cuestionable. Podríamos plantearnos cuáles son más bellos, los momentos casuales o
los causales. Posiblemente ambos tienen las mismas posibilidades de ser
eternamente bellos, dada la inmortalidad de la materialización en el soporte cine.

«La quimera del oro» (1925), de Charles Chaplin, y «Las uvas de la ira» (1940), de John
Ford
, son dos claros ejemplos en los que se produce la búsqueda hacia el encuentro
de elemento material oro y el encuentro de trabajo por sus personajes,
respectivamente. Se trataría de causalidad, en la que el efecto es el encuentro y
proviene de una causa que es la búsqueda a priori.

Por mera casualidad los Hermanos Marx encuentran un collar de gran valor en «Amor
en conserva» (1950), de David Miller
, y el personaje de «Amélie» (2001), de Jean-Pierre
Jeunet
, que encarna Audrey Tautou, encuentra en el baño una pequeña caja cuyo
contenido le sorprende.

Mientras, de forma causal, o casual, o prácticamente imposible, salvo en la gran
pantalla, en la película de terror tailandesa «Shutter» (2004), de Banjong
Pisanthanakun y Parkpoom Wongpoom
, los personajes encuentran manchas o
vapores en las fotografías que realizan, atribuidas supuestamente a espíritus.

En la «Pasión de Juana de Arco» (1928), de Carl Theodor Dreyer, la protagonista María
Falconetti, que encarna a la Santa, alcanza el éxtasis, encontrándose con la esencia
de la divinidad y dando lugar a momentos realmente magistrales en la historia del cine.

Tráiler de «La pasión de Juana de Arco»

La divinidad también puede ser encontrada por la raza humanoide de «Avatar» (2009),
de James Cameron
, que se alimentan de ella y la conciben como la madre naturaleza
formando un equilibrio y conocimiento exclusivo de estos seres, del que quiere
apropiarse el hombre.

En otras ocasiones, el mal o la muerte se encuentran con los personajes como es el
caso de «Rapsodia Satánica» (1915), de Nino Oxilia, y en «La carreta fantasma» (The
Phantom Carriage) (1921), de Víctor Sjöström
, donde lo bello está en contacto directo
con su umbral o frontera. Cabe mencionar una cita de Rainer María Rilke que dice: «Lo
bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar».

En la vasta filmografía que trata la figura del monstruo de Frankenstein, de la novela
«Frankenstein o el moderno Prometeo» de Mary Shelley, nos encontramos con la idea
de generar vida tras ese encuentro con la muerte. Así, empezaremos el análisis de las
películas seleccionadas con las que quiero abarcar el tema y nos iremos más adelante a un pueblo perdido llamado Hoyuelos en la provincia de Segovia, en donde una vez,
se proyectó la película «El Doctor Frankenstein» (1931), de James Whale,
acontecimiento que dio lugar a un cuento. (El Espíritu de la Colmena (1973), de Víctor
Erice).

Tráiler de «El Espíritu de la Colmena» de Víctor Erice, 1973

Deseo que haya sido de su agrado. Gracias.